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18 de agosto de 2014

MATRIOSKA, de Isabel Oliva Yanes

Inauguro mi blog con un juego entre blogs ideado por Ramón Escolano en su Jukeblog. El juego consiste en que cada blog haga un relato, micro, mini-micro, etc... con la frase del mes y la incorpore donde quiera en su texto, sin limitación de género, espacio u otra mención especial. Este mes la frase fue: Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Avanzó su mano izquierda y me levantó la barbilla... de la novela "La hermana pequeña" de Radmon Chandler.
Espero que os guste o, al menos, os entretenga el relato. Gracias por pasar a leer y comentar. 


               (Pintura de George Bousquet, autor surrealista contemporáneo)



                            MATRIOSKA


Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla. Con la derecha me dio dos sonoras bofetadas, que me dolieron mucho más por la humillación que por la sensación física en sí. Significaban lo que ya estaba notando desde hace muchos meses pero que no quería ver. Trol no era mi príncipe valiente ni me prostituía para que tuviéramos dinero y escaparnos juntos. No. Trol es un sinvergüenza, un chulo de putas y seguro que yo no soy la única que le mantiene.

El día anterior intenté quedarme con parte del dinero. Me lo había ganado. Era la primera vez que no se lo daban a él. Era mi propina. Pensaba comprarme algo que yo escogiera personalmente y no todos los regalos que me había hecho Trol para engatusarme.

─¡Kahlila! Perdona, amor, sé que no lo hiciste para robarme pero, pero… ─me sujetaba del brazo e intentaba acariciarme las mejillas─. Es que no puedo soportar que me tomen el pelo ─y comenzó a alzar la voz llegando a chillar─ ¿Es que creíste que no me iba a dar cuenta? ¿Para qué era ese dinero? ¿Te ibas a fugar? ¿Con otro? ¡Di! ─y volvió a alzar la mano para pegarme, mientras yo me protegía la cara con los brazos.

No pensaba decirle para qué era el dinero. Que se muriese de curiosidad con sus paranoias.

─Tú solo tienes que pedir lo que quieras, Kahlila y yo te lo regalo. ¿Era por eso? ¡Dime! ─y comenzó de nuevo a enfurecerse─. Lo siento. Nunca pego a mis chicas, salvo que me roben, claro.

─¿Chicas? ─pregunté─ ¿Yo no soy tu única chica, tu amor único? ─y recalqué la palabra única para que se enterase, aunque cualquier respuesta que me diese era indiferente. ¿Por qué no había querido darme cuenta antes, si tenía todos los elementos a mi disposición? Cada vez eran menos frecuentes las estadías conmigo, los momentos íntimos y, conociéndole, sabía que los cubría por ahí, aunque nunca pensé que fuera un chulo de putas. Claro que tampoco creía yo que fuera una puta.

─Bueno… ─empezó a decir Trol, dándose cuenta de que había metido la pata─. Ya sabes que nos hace falta mucho dinero para viajar a otro país y vivir cómodamente. Y ella, Vëra, fue tan generosa que se ofreció a ayudarnos… ─hizo un gesto con los hombros como quien no tiene otra cosa más decente que contar.

─Anda, nena. Devuélveme el dinero y olvidémonos de este asunto ─dijo, conciliador.

¡Señor! Este tío era gilipollas. Pero ¿cómo me había yo dejado convencer y manejar a su antojo? ¿Qué iba a hacer ahora? Supuse, erróneamente, que no pasaría nada si cortaba nuestra relación y me marchaba. ¡Si lo llego a saber!

Esas dos bofetadas marcaron el inicio de múltiples más y no todas eran así. Había golpes con el puño cerrado, con objetos que encontraba a su mano, con cualquier cosa. Era evidente que no me iba a dejar marchar y ahora quería que me drogara para que todo se me hiciera más placentero. ¡Ni hablar!

Empecé a fingir y a planear. De alguna forma tenía que escaparme sin que ello terminase con mi vida o con mi cara. Las drogas Trol estimó que no eran necesarias ante el cambio que observó. Incluso pasó conmigo dos o tres noches completas con champán, rosas y perlas, pero para entonces yo ya sabía mucho, demasiado.

Éramos cinco chicas que yo pudiera asegurar. Vi sus nombres en su cartera en un descuido, mientras cagaba, antes de ponerse los pantalones. También vi un billete de 100 $ ─bueno, vi muchos, muchos─ y cogí solo uno. Me arriesgaba bastante pero entre cinco chicas no veía por qué tenía que pensar que era yo, la más dócil y antigua, al parecer. Los nombres de Vëra, Natasha, Tatjana y Nicoletta me eran totalmente desconocidos. Y tampoco sabía dónde se hallaban aunque quisiera contactar con ellas y ¿para qué? Si supiese el tiempo en que permanecía ocupado… pero lo primero era urdir una vía de escape.

Mi recorrido era corto y harto conocido pero nunca lo había mirado como en aquellos días. También podía irme con un cliente a cambio de no cobrarle y que me llevara a otra ciudad o a otro sitio lejos de él. Pero prefería bastarme por mí misma y recurrir a eso en el último caso.

Yo vivía en un pequeño apartamento que, por supuesto, pagaba Trol y ahí recibía a mis “clientes”, siempre previa cita con mi “chulo” y entrega de dinero. La vez que me intenté quedar con el dinero fue la “propina” que un cliente quiso darme por mis servicios. Seguramente tenía una cámara vigilando, eso, ¡encima magreándose a mi costa! Aunque tal vez fuera para extorsionar a los clientes y desplumarles, si se prestaba el caso. También deduje que él no era el amo del cotarro si no uno de ellos porque para todo esto se requiere del trabajo de varias personas a la vez y Trol no era precisamente muy trabajador. La comida me la subían del restaurante al igual que los vestidos me los regalaba Trol y las joyas, zapatos y cualquier otra cosa que necesitase. A veces me llevaba con él a unas galerías o almacenes para que yo comprase lo íntimo que me era necesario y las cremas, el maquillaje, las pinturas, etc.. Si precisaba de peluquería, venía una chica con la que nunca crucé una palabra. Y… bueno, no sabía en qué parte estaba de la ciudad y tampoco conocía esta.

Llegué tras mi liberación del internado a los dieciséis años. Mis padres murieron a los cinco años de nacer en un accidente de tráfico. No tenía familia ni nadie que se ocupase de mí, así que el Estado se hizo cargo y me metieron en un internado para señoritas donde aprendí por mi cuenta, a través de los libros, todo lo que me era necesario y mucho más que me interesaba. Los modales por supuesto y las labores propias de mi sexo las hacía con pulcritud y rapidez. Y de este modo llegué a la estación de autobuses de Samara. Una perita en dulce para Trol que nunca se había encontrado con ninguna chica tan refinada y que no necesitara unas cuantas clases de modales previos. Fui elegida casi sin pensar, como caída del cielo. Y así empezó mi historia de amor que terminó en la tragedia que ahora vivo.

Una vez le pregunté a Trol, nunca más lo haré, qué tenía que darle para irme. Tras el batacazo con el bate de béisbol en la cabeza, no recuerdo más, pero le prometí, juré y perjuré que nunca jamás me iría.

                               (Fotografía de Wikipedia-Matrioska)

Fui buena, muy buena, sin queja alguna, sin mal comportamiento para Trol. Un día entró un cliente distinto ¡y tan distinto, por Dios! Parecía sacado de un catálogo de modelos masculinos de ropa interior o exterior, lo mismo me da. Pero esto no fue lo que llamó poderosamente mi atención, sino su extraña manera de comportarse. No nos acostamos, ni siquiera lo intentó y eso que yo cumplí, por aquello de las cámaras, a la perfección con mi cometido, pero él solo quería hablar.

Averiguando lo que pensaba tomó mi mano y me llevó al cuarto de baño, puso música, abrió los grifos y dijo

─Todo esto ahora es innecesario. He desactivado tu cámara y nunca mientras esté contigo volverá a estar conectada.

─¡Ya! Y yo te voy a creer por tu cara bonita para que Trol me mate a golpes ¿no? ─dije yo, aunque “sabía” que lo que aquel hombre decía era cierto.

No obstante, cautelosa, le dejé que hablara él. Al fin y al cabo a él no le iban a golpear si ya había pagado. Me contó muchas cosas. Me habló de Samara, de dónde se encontraba, de la distancia que había hasta la estación de autobuses, de lo que costaban los billetes y de que él podría ayudarme a escapar si creía en él.
Realmente, no debía haber cámaras porque si las hubiese con aquellos argumentos, el tipo andaría en muletas unos cuantos meses, solo por las indicaciones y la proposición. Así que empecé a interesarme.

Su nombre era Igor y descendía de una familia de alto linaje de Moscú. Su pretensión única era ayudarme. Alguien le habló de mí y de cómo “prestaba voluntariamente mis servicios”.

No me interesaba él ni los que le habían hablado de mí. Lo único que quería era salir de aquella jaula de oro.

─¿Cuánto tiempo has pagado?

─Todo el día ─dijo sin inmutarse. Como si aquello fuera lo más normal, cuando si se trataba de una noche me depositaba Trol en una casa a la que venía a buscarme indefectiblemente.

Algunos me contrataban para “dama de compañía” de un espectáculo o reunión importante o cenas de gala. En esos momentos era cuando me decía que aquella era la verdadera vida, la que conseguiría tener, aunque luego todo fuera un sueño. En esos instantes vivía.

─¿Todo el día aquí? ─pregunté yo, escamada. Eso nunca lo ha permitido Trol ni siquiera doblando la tarifa o con un borracho que no se pudiera mover. Se los llevaba o “invitaba” a salir, dependiendo del estado en que se encontrasen─. Todo el día ¡Imposible! ¡No puede ser! ─dije, al tiempo que notaba lo absurdo que sonaba si él estaba allí.

Me habló de un mundo sin ladrones, asesinos, violadores, agresores… ¡vamos, de un mundo utópico! Pero en el que yo necesitaba creer para salir de ahí. Siguió su discurso con la existencia de una casa de pueblo muy bien acondicionada donde podría quedarme si decidía irme.

─Pero ¿y tú? ─dije desconfiada, mientras pensaba «Este tío está loco de atar, pero me divierte y para pasar toda la noche con él tendré que seguirle el juego»─. Tú ¿qué ganas con todo esto? ─algo tenía que sacar si no, no tenía sentido.

─¿Yo? De momento gano una amiga ¿o no? ─respondió Igor.

─Sí, yaaaa… pero tú me entiendes. ¿O se trata de cambiar de sitio y de dueño? ─me parecía que eso era lo más acertado.

─En cuanto a lo material, nada. No hay dinero, ni otro tipo de cambio económico por ti. Mi satisfacción personal me basta. Es mucho más caro de obtener esto que dinero en un negocio y además no lo necesito ─dijo, con displicencia.

«Ojalá fuera verdad». «Ojalá existieran tipos así en la vida» ¿Existirían? ─me quedé pensando.

─Pero, me encontrará, Trol me atrapará de nuevo. Tiene muchos sabuesos ─dije rendida por la evidencia.

─Cambiarás de nombre, de ciudad y de estatus social. No tiene por qué encontrarte. No tendrás ningún roce con él, a no ser que tú quieras ir a buscarle, claro.

Lo que decía era tan tentador, era todo lo que yo soñaba, comprimido en un instante, en un ademán. Me extendió un fajo de mil dólares que yo miraba atónita.

─Pero… ¿es esto es realidad? ¿A alguien le intereso tanto como para malgastar su dinero en mí y sacarme de este agujero? ─preguntaba─. Es que no me lo puedo creer.

─Sí que lo hay. Yo y estoy aquí para liberarte. ¿Vas a venir? Dentro de poco vendrán los policías para hacer una redada y llevarse a todos presos. Yo mismo les denuncié. Por eso debes darte prisa para que no te encuentren. ¿Vienes? ─insistía él.

─«¿Y a mí qué narices me importaba que este tío estuviera loco? Viene la policía y hay que salir corriendo»
Le tendí la mano con una sonrisa de agradecimiento y de pura alegría mientras nos íbamos de allí con el sonido de las sirenas de los coches que empezaban a llegar.

(Fotografía encontrada en Wikipedia-Matrioskas, colección de 37 muñecas)













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─Es el cadáver más risueño que me he encontrado en mis veintitrés años de policía. ¡Qué caso más extraño! Es la primera vez que veo que a alguien le rompan la cabeza con un bate de béisbol y sonría de ese modo. ¡Hay que ver! Nunca me acostaré sin aprender algo nuevo.




                                                               FIN